25 de marzo de 2019

La mujer que dio nombre a un continente y a un signo zodiacal


Pocos son conscientes del poder que cargan ciertos nombres célebres con el continuo paso de los siglos y los milenios. Un nombre muy peculiar se remonta en la época de los griegos. Descubre el origen que dio vida a un conocido continente y la historia detrás del origen de un signo zodiacal muy popular.
Grecia se levantó una mañana con una sonrisa dorada sobre el rostro, al ver que los primeros rayos de luz se alzaron a través de sus imponentes e irregulares montañas. Las aves ascendieron muy pronto el vuelo, y el resto de los animales silvestres prosiguieron con su camino, dejando atrás las huellas que se convertirían en un futuro, en los primeros pasos de los ancestros de otros.

Era un día hermoso para Grecia.

Más tarde, cuando el sol estaba en su punto más alto, se hallaba en el Olimpo un desganado y relajado Zeus, que se mecía de un lado para otro en el lecho de una esponjosa y blanca nube que cubría toda su curtida y desnuda piel.

—Hace un día estupendo el día de hoy —dijo Zeus sin dejar de balancearse sobre la nube en la que descansaba plácidamente—. Quisiera tener más días como estos.

En eso, el sonido de unas risillas llegó sin mucho cuidado a enturbiar el sosiego sueño de Zeus, obligándolo a abrir los ojos de manera abrupta.

—¿Qué fue eso? —preguntó Zeus sin dejar de mirar a su alrededor—. Más vale que no sea una broma de alguien o sufrirá las conse...

Las palabras de la gran divinidad griega frenaron en seco al ver reflejado en sus ojos la belleza de una figura femenina desde lo más alto del Olimpo. Mirando más abajo, se percató que efectivamente era una mujer la que no paraba de reír.

Zeus se acercó hasta el borde del Olimpo, mirando a aquella chica, como hipnotizado, viéndola correr a través de un campo, preguntándose a cada momento la procedencia de ese cuerpo tan hermoso y traslúcido repleto de energía, que no paraba de correr de un lado para otro. No había equivocación en a aquella y penetrante mirada; se había enamorado.

—¡Hermes! —bramó Zeus con ímpetu—. ¡Ven aquí ahora mismo!

Del otro lado de la sala, llegó corriendo Hermes a toda prisa al llamado de Zeus.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —preguntó Hermes exaltado—. ¿Tuviste un problema con otro inmortal?
—No, nada de eso. Necesito que me digas el nombre de esa mujer.
—¿Cuál?
—Esa de ahí —Zeus, señalando un punto en concreto, a punto hacia la muchacha de desmesurado y alargado cabello rizado.
—Sí, la ubico. Se hace llamar Europa. Es hija de Agenor.
—Europa... —recitó Zeus, lambiéndose el labio superior, pero sin llamar mucho la atención de Hermes—. Pues bien, necesito que conduzcas al ganado que guía Europa hacia la costa del mar en Tiro lo más pronto posible.

Hermes, sin cuestionar las ordenes de Zeus, dio media vuelta y se encaminó hacia donde se ubicaba la bella muchacha, dirigiendo el ganado vacuno de Agenor hacía las orillas de la costa de Tiro. Posteriormente a la salida de Hermes, Zeus se disfrazó en un toro blanco y trotó a las orillas de Tiro, meneando su rabo a la espera de su amada. Poco después de la llegada de Europa, el toro blanco se ocultó entre las reses en un intento de querer llamar la atención de la chica con su llamativo color, al que el resto del ganado no gozaba de esas mismas características.

—¿Ya vieron eso de ahí? —preguntó una de las damas de honor que acompañaba a Europa en esos instantes, señalando al peculiar y quieto toro blanco—No recuerdo a haberlo visto antes.
—Sí, tienes razón —argumentó otra dama—. Parece... parece diferente al resto del ganado.
—¿Tú qué opinas, Europa? ¿Has visto ese toro blanco antes?


Europa, que dejaba ver su esbelto cuerpo detrás de las prendas que portaba, se llevó una mano a los labios, intentando recordar si había visto o no al animal anteriormente con el resto del ganado.

—No lo recuerdo... Pero...
—¿Pero? —la interrumpió una de sus amigas de manera bruta—. ¿Pero qué, Europa?
—Es que... Bueno, se me hace demasiado hermoso. ¿No lo creen?

Las damas de honor se miraron unas a las otras, sin entender muy bien cómo tomar el comentario de Europa.

—¡Olvídenlo! Me a acercaré e intentaré a hacerme amigo de él.
—Creo que ha perdido el juicio —dijo una de sus amigas en voz baja. Europa giró el rostro y la fulminó con la mirada callándola por completo.

Europa se acercó sin mucha prisa hasta donde se ubicaba el curioso y blanquecino animal. El resto del ganado no parecían sentirse incómodos con la apariencia del extraño toro, por lo que otorgó a Europa la confianza necesaria de acercársele.

—Hola amiguito, ¿cómo llegaste aquí?

A Europa le pareció tan dócil el animal, que se dio a la tarea de acariciarlo. Al ver que este no actuaba de manera agresiva, lo mimó, tocándole otras partes del cuerpo. Toro y mujer se hicieron rápidamente amigos, riendo juntos y moviéndose al compás de las cristalinas olas del mar.

—Deja que te ponga esto —dijo Europa con gran entusiasmo al colocarle un cesto de flores alrededor de los cuernos—. Te ves precioso así.

Acto seguido, Europa se a acercó lentamente hasta el hocico del animal y, cerrando los ojos con plenitud, le regaló un beso. Uno muy breve, pero sin miedo a que este lo atacara. El toro blanco meneó dichoso el rabo al haber recibido tal gratitud y amor instantáneo en tan poco tiempo.

—¿Me dejarás subir a tus lomos?

El toro blanco hizo un gesto muy sutil con la cabeza, a modo de asentimiento. Europa río, y se montó en él con gran facilidad.

—Trátame con cuidado —aclaró la preciosa amazona arriba de la res blanca.

Y así, Europa y el toro blanco se dispusieron a dar un paso juntos por las orillas del mar por varios minutos. Pero de manera súbita, el toro comenzó a bramar y acercarse más allá de la orilla hasta adentrarse al mar, alejándose al nado con la chica encima. Europa, que no era una muy buena experta como nadadora que digamos, se aferró a los cuernos del toro blanco por miedo a caer.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Europa aterrada al ver que su esbelto cuerpo le llegaba agua hasta el cuello—. ¡Tenemos que volver ahora mismo!

Las damas de honor, aterradas aún más al ver como se alejaba su querida amiga al confín de los mares, alzaron las manos en señal de socorro, sin saber muy bien cómo a actuar.


Esta noticia llegó rápidamente a oídos de Agenor.

—¡Estúpidas! —les vociferó Agenor a cada una de ellas al contarles lo ocurrido—. ¡Solo tenía que cuidar de ella y nada más!

Agenor llamó a mandar a cada uno de sus hijos y les ordenó a que buscaran a su querida hermana, pero con la ardua tarea de no volver hasta ver regresar a su hija. Pero estos. al no saber muy bien en qué dirección ir, se separaron. No obstante, ninguno tuvo éxito. Y esto debido a que Zeus había lanzado una maldición a aquel que revelará la ubicación de Europa.

Mientras tanto, Zeus, aún con la forma de toro blanco, nadó hasta creta trayendo consigo a Europa a lomos de su poderoso y corpulento res vacuno. Luego se transformó en águila y llevó a Europa hasta las profundidades de un bosque repleto de fauces a lado de un rayo, en Cortina. Donde violó a Europa sin piedad.

Tras la transgresión, Europa dio a Zeus tres hijos. El primero de ellos, Minos, que posteriormente se convertiría en el rey de creta y padre de la bestia llamada Minotauro, que fue derrotado a manos de Teseo con la ayuda de Ariadna y Dédalo, padre de Ícaro. Mientras que Radamantis y Sarpedón, serían los futuros jueces de los muertos.

No obstante, Zeus sabía que no podía quedarse con Europa, por la que la recompensó regalándole a Talo, el autómata; un perro y una jabalina. Zeus, además, logró convencer a Europa que se casará con Asterión quien, con todo agrado del mundo, adaptó a los hijos de Zeus en el primer momento en el que se lo pidió.

Muchos años después, a Zeus le llegó la terrible la noticia de que Europa, la bella muchacha con la que se había encariñado y enamorado hace mucho tiempo, había llegado fin a su ciclo de vida.

—Europa... —volvió a recitar Zeus el mismo nombre como en la primera ocasión. Esta vez, con una mirada afligida y gris—. Sería cruel de mi parte olvidarte de esta forma. Es por eso que elevaré hasta el espacio al animal que con tanto grato te habías encariñado, en las orillas de esa preciosa playa.
»Y tu nombre quedará registrado en las extremidades de una extensa tierra, divididas por diferentes imperios, pero unificadas en una sola. Y nadie se atreverá a olvidarte. Hasta siempre, mi bella Europa

La piel añeja y arrugada de una mujer mayor comenzó a desvanecerse y a convertirse en polvo, hasta elevarse más allá de lo incansable para el ser humano. El polvo, que pronto adquirió diversas tonalidades, se convirtió en preciosas y brillantes estrellas de diferentes tamaños. Las estrellas tomaron su posición inicial y formaron un grupo como el de las tantas constelaciones de allá arriba. Estas dieron vida al segundo signo zodiacal; Tauro. Y a Europa; al nombre de un continente que, hasta la fecha, se le conoce como el Viejo Mundo o, simplemente, como Europa.

¡Hasta la próxima, adolescentes!

Créditos:
Banner de entrada por PremiumHQ.
Primera ilustración a quién corresponda.
Segunda ilustración por Gaudibuendia.

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