14 de enero de 2019

El origen del invierno: La granada que tiñó de blanco al planeta

 

A través del tiempo, numerosos mitos han pasado de boca en boca con enriquecedoras historias, sin importar la lengua con la que se haya escuchado la primera vez. Con míticos héroes de renombre y fabulosas epopeyas; la humanidad ha visionado incontables líneas en prosa, en busca del conocimiento y la distracción a partir de otros ojos. Adéntrate, y descubre una de ellas que dan el origen de lo que conocemos como hoy; el frío invierno.
¡Hola, adolescentes!

Con el propósito de darle un giro nuevo al blog, me he propuesto este año la idea de traerles a algunos mitos relacionados con la Antigua Grecia. La primera de ellas es una historia fabulosa que, como cita el título de esta entrada, da origen de lo que pudo ser el nacimiento del invierno. Además, es un mito que me interesó mucho por la simbología que hay detrás de ella. Seguro habrás adivinado de cuál se trata, y si no, aquí estoy para contártela y compartirla.

Perséfone se encontraba una mañana recogiendo flores en compañía de varias amigas en medio de un extenso y verdoso campo con aroma silvestre. Las flores, que eran preciosos narcisos amarillos, irradiaban de alegría al ser recolectadas y juntadas por la hija de la hermosa diosa madre, Deméter. 

En eso, cuando Perséfone se mostraba presta a recoger otro narciso más, la tierra comenzó a temblar debajo de sus pies hasta a abrirse por completo. De ella, emergió la silueta de un carro negro, tirado por enormes y musculosos sementales, cuyo jinete de aspecto sombrío y regio, le dijo en el rostro:

—Tú te vienes conmigo.

Perséfone expulsó un agónico grito al verse raptada por el mismísimo dios del inframundo, Hades, que, portando su fantasmagórica y siniestra armadura, se la llevó al tártaro como su esposa y, por ende, convirtiéndose en la reina del mundo subterráneo.

 
Por otra parte, Deméter, al no saber noticias de su querida hija, peregrinó por la tierra de los inmortales tomando la forma de una mujer anciana llamada Doso. Vagó nueve días y nueves noches, intentando en vano en encontrar a su amada hija.

Céleo, rey de Eleusis en Ática, ciudad donde se le veneraba a Deméter, le dio la bienvenida a la pobre mujer con mucho agrado. Así mismo, se le encomendó la tarea de ser la madre nodriza de sus hijos; Demofonte y Triptólomeo. Pero cuando los padres de estos no estaban por las noches, Deméter, en medio de un ritual, intentó convertir a Demofonte en inmortal, sosteniéndolo y abrazándolo sobre el fuego para así quemar su mortalidad. Pero dio la casualidad que Metanira, madre de los pequeños, irrumpió el ritual, por lo que Demafonte murió en el acto. 

Ante esto, Disaules, se lamentó por lo ocurrido en su hogar. Pero Deméter, diciéndole que se secara sus lágrimas al tener todavía tres hermosos hijos más, pues había convertido al mayor llamado Abante, en un lagarto por haberse burlado de ella al verla tomar agua cebada de una jarra «vívidamente». Así pues, y para que Disaules superara la perdida de sus hijos, le otorgó a Triptólomeo grandes dones, enseñándole el arte de la agricultura. Y no solo eso, Deméter le dio una bolsa de semillas de cebada y arado.

Triptólomeo recorrió el mundo tirado por unas serpientes, y este enseñó a la humanidad a arar los campos, sembrar la cebada y recoger las cosechas.

Acompañada de su vieja y fiel amiga, la diosa Hécate, fueron a visitar al sol (Helios) y le preguntaron si sabía del paradero de la hija de Deméter. Este, negándose a contestar, fue amenazado por la vieja y bruja Hécate con la intención de eclipsarlo todos los días si no cooperaba. Sin resistencia alguna, el sol, que todo lo ve, les dijo que fue raptada por Hades. Deméter, ante tal noticia, concluyó que todo era obra de su hermano-esposo, Zeus. A modo de venganza, se negó a volver al Olimpo, llevando casi a la extinción humana al impedir que plantas y árboles dieran sus frutos. Pero ya desde entonces había descuidado sus labores como diosa por la ausencia de su hija.


Esto provoco un desequilibrio sobre el cosmos. Y Zeus, intentando solucionar todo este asunto, envió a Hermes con un mensaje para Hades diciéndole que, si no regresara a Perséfone a la superficie, todos estarían muertos. No obstante, Zeus había intentado primero enviarle el mensaje a Deméter con la ayuda de Hera a través de Iris, pero esta se negó. Una enorme lista de regalos a modo de reconciliación, tampoco funcionaron para calmarla. Zeus sabía que la única forma de que todo pudiera volver a la normalidad, era que Hades trajera de vuelta Perséfone a la tierra de los mortales.

Hades, sin otra opción, ensilló a sus caballos y se propuso llevar a Perséfone con su madre para que se reencontraran, ya que esta se negaba a comer. Hades se acercó a ella, y le dijo con cortesía:

—No pareces ser muy feliz aquí conmigo. Tampoco quieres comer. Ven, que te llevaré con tu madre.
 
Antes de partir, un jardinero de nombre Ascálafo, detuvo a Hades y le dijo que Perséfone había probado una granada de su huerto, y que él mismo atestiguaría ante el hecho que había ocurrido. Hades, con una sonrisa a medias, llevó a Ascálafo consigo hasta la superficie.


 
Madre e hija se reencontraron finalmente, entrelazándose por primera vez en mucho tiempo. Para su sorpresa, Hades le comentó a su hermana que su hija había probado las semillas de una granada de su huerto, pero esta se negó en creerle. Zeus, en cambio, le preguntó a Perséfone cuántas semillas se había comido. Esta confesó que había comido seis semillas. Deméter, insistiendo en no creer en la conveniencia de Zeus y Hades, se negó a volver al Olimpo, y que no anularía la maldición sobre la tierra. Zeus, cansado ya acerca de todo este asunto, llamó a su madre Rea y esta resolvió el conflicto en el que, por cada semilla que Perséfone hubiera consumido, era el tiempo que permanecería a lado de Hades en el inframundo como su esposa. Y el resto, que eran los meses restantes del año, acompañada de su madre.

En resumen, cuando Perséfone descendía al tártaro al lado de su esposo Hades, la tierra se convertía estéril (invierno). En cambio, cuando subía a tierra firme, los campos y la tierra volvían a florecer (verano). Esto también se le conoce como la alegría y tristeza de Deméter. La alegría vendría representando la llegada de la primera y el verano cuando madre e hija están juntas. Y la tristeza, el cierre del año que pertenece a otoño e invierno cuando la madre ve partir a su hija hacia el inframundo.

Y todo por culpa de una granada... 

... y de un chismoso al que Deméter lo convirtió en una lechuza de orejas largas.

¡Ahora ya lo sabes!, cuando en tu ciudad o pueblo las flores comiencen a marchitarse y un aíre gélido venga consigo anunciando la llegada del invierno, es porque Deméter está llorando desconsolada al no tener a su hija cerca de ella. Por el contrario, cuando el sol comience a calentar más temprano en el día, y las flores emprendan a desperezarse de sus letargos ensoñaciones, es porque Deméter está saltando de felicidad al poder convivir tiempo con su hija Perséfone.

Nota: Hay diferentes versiones acerca del rapto de Perséfone. Ella ve Hades salir de la tierra y se enamora de él instantáneamente; otra versión, cuenta que fue Hécate quien la rescató. Y otras más que seguro habrás leído.

¡Hasta la próxima, adolescentes!

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